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EL Patrimonio Cultural Material de Sinaloa

La historia y las permanencias urbanas y arquitectónicas

Los testimonios y los hechos en el devenir histórico tienen sus propias circunstancias razones, motivos y cometidos en el momento en que ocurren, y los subsecuentes efectos y repercusiones que en periodos posteriores ocasionan. De igual modo en el momento en que se produce una obra material: un utensilio, herramienta, un inmueble o un asentamiento, existe la convicción que se construye con un fin específico; en la arquitectura, satisfacer la necesidad de espacio, cumpliendo en su diseño con una estructura funcional en particular y una concepción formal y tecnológica acorde a las condicionantes y circunstancias de ese momento, y posiblemente esa satisfacción se acredite en periodos sucesivos, permaneciendo la obra hasta la actualidad.

La permanencia de lo urbano y de lo arquitectónico en el tiempo, sobrepasa a su propia historicidad, debido esto a los atributos y valores que la sociedad le asigna como producto cultural, en tanto es un significante para la sociedad, en términos de identidad o de sensibilidad simplemente.

Así, nuestra región ha sido depositaria de los testimonios materiales que delatan las diversas etapas de su historia. Sinaloa es en sí mismo un repertorio inacabable de su propia memoria, nuestra misma historia expresada en los testimonios de la arquitectura, el espacio urbano e inclusive en la conformación del territorio urbano-regional.


 

Más allá de la concepción simple del espacio que se construye para satisfacer una necesidad determinada, la arquitectura, se concibe como una forma precisa de actividad artística, considerando en ello al arte como un modo específico del quehacer humano. Con el tiempo la arquitectura está en posibilidad de adquirir la categoría de monumento, no tanto por las dimensiones o un estilo en particular, si no por la capacidad que el inmueble tiene para revelar la historia, como testimonio o evidencia material de los hechos. El valor testimonial y el valor documental implícitos en todo monumento involucran un mensaje que se debe captar, esa verdad que el monumento tiene la facultad para delatar. De esta manera la arquitectura en su historicidad evidencia su innata capacidad de delación, ya que confirma la historia del desarrollo cultural, económico y tecnológico de la sociedad y la historia del propio edificio, en tanto haya permanecido.

La arquitectura de Sinaloa como producto de la cultura que sus habitantes han generado en el curso de la historia, hoy forma parte de los diversos planos que la estratigrafía histórica nos deja ver. El valor testimonial, el valor documental y su innegable capacidad de permanecer en el tiempo garantizan la facultad de obtener la potestad como reservorio de la memoria histórica de la sociedad que los construyó, admitiéndolos como Monumentos Históricos, toda vez que son hechos materiales que preservan la memoria histórica del pueblo, constituyéndose además, como parte del patrimonio cultural de la sociedad sinaloense.

            En la tipología formal de la arquitectura construida durante el periodo novohispano de Sinaloa, se destacan variantes del barroco tales como purista, interestípite y neostilo. Y en las obras del siglo XIX predominan algunos casos neoclásicos y otros más eclécticos, sin embargo la tipología sinaloense la define el tradicional simplificado con influencia neoclásica.

La arquitectura novohispana de Sinaloa, no obstante mostrar una característica expresión estática evocando un rasgo de equilibrio y firmeza, discrepa con el desarrollo formal del resto de los elementos de la estructura compositiva, al mostrar entablamentos, frontis, basas, enjutas y remates con evidentes transformaciones en su forma, dando la impresión de movimiento, o inclusive los mismos apoyos son afectados, aunque sólo en la proporción, pues en algunos casos se tornan achaparrados.

            Por otra parte la tipología formal en la arquitectura habitacional que durante el periodo novohispano se edificó en Sinaloa, muestra también la variante del barroco tablerado, circunscrito básicamente a la producción de la arquitectura doméstica, no obstante también se empleó como recurso formal en algunas obras del género religioso. Las primeras manifestaciones surgieron al mediar el siglo XVII, perdurando todavía hasta la primera mitad del siglo XVIII. Esta variante se caracterizó por la omisión de la columna en la estructura formal, supliéndola por pilastras empotradas, recurriendo al capitel toscano, y enriqueciendo la superficie del fuste, al modo de los tableros bidimensionales que se labraban en obras de carpintería, particularmente en las puertas del mobiliario de la época.

            El fuste sugiere un tablero que puede servir de fondo a otros elementos ornamentales  y en el que pueden labrarse acanalamientos o la sobreposición de varios tableros, siempre en el plano bidimensional, ofreciendo cierto grado de racionalización, de una sobriedad absoluta, en el tablero se renuncia a la exuberancia formal, remplazándole con elementos de talle mixtilíneo profundamente geometrizados.         Otra peculiaridad es que su principal característica consiste en el realce formal casi en exclusiva del enmarque en los vanos, donde la jamba se enaltece con el sencillo labrado bidimensional, dando continuidad hasta la superficie del dintel que por lo general se desarrolló en un arco escarzano.

            De la edificación decimonónica, la arquitectura civil construida en general dentro del territorio sinaloense es uno de los mejores testimonios del desarrollo técnico del siglo XIX. Influenciada primero por el repertorio de las formas del clasicismo grecorromano y salpicado después por las interpretaciones del eclecticismo porfirista, hoy día forman el conjunto testimonial más numeroso de nuestro patrimonio construido. Invariablemente el espacio en la vivienda decimonónica de Sinaloa, se solucionaba alrededor de un patio; el que podía presentarse bajo diferentes tipologías, según fuera la disposición de las piezas en torno a éste; de patio central y traspatio, de patio dispuesto en "U",  o de patio en "L”. En algunos casos el patio se circunscribía con portales construidos de cantería, en los que hacia principios del siglo XIX apareció el singular doble portal sinaloense, el cual se empleó todavía hasta muy entrado el siglo XX.


 

Arquitectura jesuita de Sinaloa

De la presencia jesuita abundan los testimonios, que van desde la organización territorial, asentamientos humanos, topónimos y por supuesto la arquitectura.  Precisamente los referentes más remotos de la arquitectura jesuita proceden de Andrés Pérez de Rivas, en “Los Triunfos de Nuestra Santa Fe…” señala que en las incipientes misiones, las primeras edificaciones dedicadas al rito católico no fueron mas que sencillas ramadas, mismas que paulatinamente debieron evolucionar espacial y técnicamente hacia otra concepción tipológica, un tanto más apegadas a la idea que la Compañía de Jesús traía y requería para sus fines.

El estudio de las misiones de Sinaloa remite al abordamiento de un sistema formado a partir de los rectorados de San Felipe y Santiago, de San Andrés y Topia, los últimos dos localizados en el territorio del estado de Durango.

Para mediados del siglo XVIII la disposición territorial de los sitios misionales en torno a los ríos Petatlán, Zuaque, Evora, Humaya, Tamazula, San Lorenzo y Piaxtla, como estrategia de reducción de grupos indígenas, estuvieron en función de las dificultades del medio geográfico y la conjunción de diversos atributos que éste ofrecía: seguridad ante inundaciones, la existencia de referentes paisajísticos, terrenos fértiles para la producción agrícola y  accesibilidad a los templos y poblados.

Se trata de una suerte de “oasis” localizados en  entornos agrestes, de difícil condición, en torno a los cuales se estructuraban los pueblos de indios, ranchos, cofradías, caleras y tasajeras, entre otros.

            Además, es pertinente señalar el referente dejado por Francisco Xavier de Faria en su “Apologético Defensorio…” donde hace una meticulosa descripción del espacio habitacional que de ordinario ocuparon.  Residencia a la cual se accedía desde un portal hacia el zaguán, del que se distribuía por el resto del espacio a los aposentos, oficinas y el patio, que acá llamaban corral. Finca de adobes que se adaptó a las rigurosas condiciones climáticas en la región.

            Las muestras materiales dejadas por la presencia jesuita en la región, existen en abundancia. Expresándose en los restos arquitectónicos de bajareque, adobe, ladrillo y piedra localizados hacia el norte y al sur-oriente de la zona central de Sinaloa principalmente. Mostrando las evidencias tecnológicas, constantes tipológicas y variantes regionales en la composición formal y funcional de las estructuras misionales que la Compañía de Jesús construyó.

            Así es evidente el lenguaje barroco que aparece en las expresiones formales de algunas de las misiones esparcidas en el territorio que ocupó la antigua provincia jesuita de Sinaloa, reflejada sobre todo en el esquema de las sencillas portadas de los templos, que sin recelo podemos reconocerlo en algunos casos como una práctica común derivada probablemente de un taller de canteros, con un sistema constructivo semejante, de similar estereotomía y lenguajes dentro de un parámetro perfectamente identificable, el que podemos asumir como la "arquitectura religiosa del dieciochesco sinaloense". Se admite que tanto las tecnologías como las formas empleadas son de otras latitudes, percibiendo en ellas una profunda relación de formas y acabados, con las construcciones jesuitas de otras regiones.

            La mano jesuita también se delata en las modestas obras edilicias de humildes templos de adobe y bajareque construidos en los pueblos que tenían de visita, o en las mismas misiones que tenían dentro de su labor de conversión, y que no llegaron a transformar su estructura bajo algún sistema constructivo pétreo.  De estas aun persisten restos en sitios como Mochicahui y Tehueco entre otros:


 

Hacia el oriente de Los Mochis rumbo a El Fuerte, se encuentran las ruinas de la antigua misión jesuita de Mochicahui, donde gruesos muros de adobe son testigos que guardan el pasado de la predicación jesuita entre los indígenas de la región. Allí mismo aún se mantienen algunos vestigios de la antigua techumbre del edificio, desecadas por el intemperismo todavía se sostienen en los muros una serie de ménsulas de madera, que dan forma a un arco de gloria que describe una forma mixtilínea, en concordancia con los modillones que sostienen lo que de la viguería aún pervive en el presbiterio.

            Entre los muros que todavía se sostienen, y los restos apilados en la ruina, claramente se dibuja la planta arquitectónica que originalmente tuvo el templo; y que consta en algunas evidencias fotográficas de la primera mitad del siglo XX; tres modestas naves formaban el interior, segmentadas por una serie de columnas y zapatas de madera, que al concluir en el presbiterio, el espacio se estrecha,   provocando un requiebre en el paramento interior, que en el esquema funcional da lugar a un presbiterio que conserva la amplitud de la nave central.


 

Cercana a la población de El Fuerte, en el árido espacio que ocupara el antiguo atrio, junto al templo actual se encuentran las ruinas de la vieja misión jesuita de Tehueco, sobreviven solamente los restos de la estructura de adobe del presbiterio, con su arco de gloria de medio punto y parte de los paramentos de lo que fue la sacristía.

            Entre lo que resta de esta antigua estructura, es difícil percibir algún elemento que nos adivine lenguaje arquitectónico alguno, a no ser por algunos testimonios fotográficos que muestran los restos de ménsulas de recorte mixtilíneo que allí existieron, para sostener la techumbre de vigas, a la manera de la cubierta del templo de Mocorito.

            En otro orden cabe destacar los testimonios que muestran otras tecnologías constructivas y estructurales, entre las que destacan las evidencias arquitectónicas en Pueblo Viejo.


 

Al sureste de Guasave se encuentran los restos de la misión inconclusa de San Ignacio Nio, hoy Pueblo Viejo; en ella se advierte un desventuroso pasaje de la historia de la arquitectura jesuita en la región.  De acuerdo con las noticias de la visita realizada en 1760, por Don Pedro Tamarón y Romeral; en Nio "se comenzó la iglesia de tres naves, toda de ladrillo y bóvedas con dos capillas, y estando levantadas las paredes y arquerías y cerradas tres bóvedas y dos medias naranjas en las capillas, creció tan espantosamente el río que, dañando los cimientos, hizo falsear toda la obra, viniéndose al suelo las bóvedas, desplomándose las paredes, a excepción de las que forman las capillas que hasta hoy subsisten con sus medias naranjas.  Por esto y haber continuado los aluviones, se está mudando a el pueblo a paraje más alto, y allí en nueva iglesia se comienzan aprovechar los materiales de la arruinada". El templo edificado en la antigua misión de Nio Viejo se fabricó enteramente de ladrillo, con juntas de argamasa hecha de cal, arena y pedacería de conchas de ostión. Consiguiendo el mismo concepto funcional que resolvió el esquema de la misión de Mochicahui; diseñado también con tres naves y un presbiterio estrechado a la dimensión que guardaba la nave central. Sobresalen además las dos capillas construidas junto a las naves laterales y adyacentes al presbiterio. De ellas sólo una conserva la bóveda de media naranja señalada por Tamarón.

            En Nio Viejo se concibió una planta arquitectónica bajo el mismo concepto espacial observado en Mochicahui, aunque aquí se advierte en el esquema formal de las fachadas de las capillas, una probable intención barroca, donde tal vez se mostrarían unas portadas interiores, siguiendo un claro esquema constituido por nichos, veneras, un luneto de remate y una clave de resalte en el arco de medio punto. Todo con un probable acabado final en argamasa.  

            El lenguaje del barroco que caracteriza la arquitectura religiosa del siglo XVIII, definida como "dieciochesco sinaloense", es una variante de la modalidad del barroco purista, donde las proporciones de las jambas se tornan un tanto achaparrados, aunque en el mayor de los casos, jamás dejan de ser estriados. La sobriedad es su signo estilístico, donde la decoración es exclusiva para los enmarque en los vanos; el ornato es rico únicamente en la clave de los arcos, generalmente se logra con elementos de la iconografía mariana, ya sea en tácitas imágenes, anagramas o motivos florales. Esta modalidad es evidente en las últimas edificaciones construidas por los jesuitas, así como en los templos parroquiales influenciados por éstas. Así, Nio, Sinaloa o Capirato son muestra de tal tipología formal.


 

En aquel "paraje más elevado" del relato de Tamarón y Romeral, el mismo en que se reubicó la misión de Nio; allí fue donde poco antes de 1760 se levantó la nueva iglesia, después del derrumbe en Pueblo Viejo, que a causa de la expulsión jesuitas en 1767, este inmueble probablemente nunca fue terminado; quedo el testimonio de una obra truncada.

            Construida de sillares, ahora solamente permanece el arranque de los muros, además del inicio de las portadas laterales y la principal. Claramente se describe una planta de cruz latina, con un crucero estructuralmente preparado para que en sus esquinas se apoyaran las pilastras que probablemente recibirían pechinas, tambor y cúpula.   En Nio las portadas son tres, además de la principal, hay dos laterales, que miran, una al oriente, y otra al poniente.  La portada del frontispicio enmarcando el acceso principal, tal como sucede en una composición formal de arquitectura religioso, es la más elaborada.        Concebido por un arco de medio punto, el acceso principal se enmarca por un par de pilastras empotradas, de fuste estriado, las cuales se coronan con capiteles toscanos, y descansan sobre basas.  El estriado de los fustes se repite de manera continua en cada una de las dovelas que forman el medio punto, hasta culminar en la piedra clave, donde la jerarquía se reseña con una imagen guadalupana.            Por cada flanco en el enmarcamiento del ingreso, un par de pilastras de sencillo fuste tablerado, escoltan el encuadre del acceso.

            De los accesos laterales, el que da hacia la fachada poniente es el más completo de estos, en el se aprecia un dovelado sin adorno, aunque de manera aparentemente incidental, en el salmer izquierdo aparece la mitad de un complicado adorno de lacería encerrado en un espacio semicircular.  La estructura de dovelas se sustenta en un par de pilastras empotradas, similares a las aparecidas en el acceso principal, de fuste estriado, con basamento y capitel del orden toscano.

            En lo que debieron ser los apoyos del arco en el sotocoro, se adivina aún el fuste estriado, donde se encontraban empotradas un par de pilas para el agua bendita, ambas coronadas por cruces ricamente revestidas con ornatos florales, ambas arteramente dañadas por una rapiña mal intencionada. Cabe destacar que al interior del templo nuevo se encuentra la escultura en piedra de San Ignacio de Loyola, que muy probablemente debía llevar dentro de un nicho central de la fachada inconclusa, Dicho sea de paso que el esquema formal de la portada guarda una fuerte relación análoga con la portada de la misión de Opodepe en Sonora.   


 

A finales del siglo XVIII, años después de la expulsión de los jesuitas, la antigua misión de San Felipe y Santiago de Sinaloa es devastada por las aguas del río Petatlán durante la extraordinaria inundación de 1770.  Poco tiempo después es levantado el actual templo de San Ignacio de Loyola, empresa que inició en 1772 y concluyó en 1796, de acuerdo con la inscripción que se descubre en el exterior del muro testero.

            La misión de Sinaloa desapareció, dejando como testimonio evidente la base del campanario. Construido por completo de ladrillo, éste presenta algunos anagramas como elementos simbólicos; aparecen los signos de María y Jesús labrados en cantería.

            Es muy probable que del escombro de la ruina, se obtuviera el material necesario para la fábrica hecha en el actual emplazamiento, desde luego fue escogido un sitio más elevado. Evidencia de esto se palpa con mayor razón en las portadas que muestra el actual templo. En estas las proporciones de los fustes se abrevian, tornándose más bajas, sin perder el característico semblante que le imprimen las estrías, que también aparecen en las dovelas del arco.


 

Entre la estructura del templo terminado en 1841, se advierten los testimonios de lo que hubiera sido una estructura misional más edificada en piedra,  Iniciada probablemente unos años antes de la expulsión jesuita, la antigua misión de San Juan Bautista de Badiraguato muestra una sacristía con una interesante cubierta en bóveda de cañón corrido, además del derrame mixtilíneo en la ventana que ilumina el interior. Por otra parte y no menos interesante, es el espacio preparado para el camarín localizado tras el muro testero, con la conjunción del doble muro y vanos contrapuestos, que generarían acaso una suerte de transparente con la imagen de bulto del Santo Patrono, iluminada desde el exterior por la luz desde la alborada.

            El resto del inmueble es obra del siglo XIX, donde predominantemente decuellan los elementos que delatan un lenguaje decimonónico, que sin embargo la sola presencia de la sacristía con su bóveda marca una factible conexión e influencia tecnológica recibida desde la misión de San Ignacio en Tamazula, Dgo. 


 

Entre los testimonios arquitectónicos dejados desde el año 1591 por los jesuitas, posiblemente la antigua misión de San Miguel Arcángel en Mocorito, sea ahora una de las más interesantes de aquellas que sobrevivieron años de abandono en Sinaloa.

            Según consta en referencias documentales, la antigua misión de San Miguel Arcángel fue construida posiblemente hacia la primera mitad del siglo XVIII.  En la solución formal de sus tres portadas, se recurrió al arco de medio punto, enmarcado por jambas lisas, imposta sencilla y un gablete como remate. En cada una de las portadas el gablete enmarca un nicho.

            La nave del templo describe una cruz latina, con crucero de proyección exigua, sin cúpula y un presbiterio de esquinas ochavadas. Adyacente al presbiterio, la sacristía cuenta con un lavamanos en cantería, de una factura muy interesante. Pieza empotrada en uno de los muros, muestra como ornato principal un águila bicéfala, además de diversas molduras enriquecidas con orlas.

            Justo frente a la calle que en tiempos pretéritos funcionara como el camino real, se encuentra el portal de peregrinos, estructura de cinco arcos de medio punto, por el cual se recibía a los caminantes que llegaban al sitio, en su paso por el lugar.  Cuenta todavía con el área que antes funcionó como huerto y corral, y que en la actualidad ocupa la parte posterior del conjunto.

            En 1765 este conjunto llego a sorprender al obispo Dn. Pedro Tamarón y Romeral, quién reconoció que por su pulida fábrica y primorosisimo adorno".... "Conoció su ilustrisima no haber, en lo que tiene andado en su obispado, iglesia que la iguale si no es la de su Catedral".

            En contraste con el complejo monástico de la antigua misión de Mocorito, el campanario descuella en pleno dominio del conjunto.  Es una estructura robusta de singular esquema, en el cual se adivinan ya las líneas que organizan las formas barrocas.  Apoyados en un esbelto machón, dos cuerpos elevan la torre con exquisita sencillez dieciochesca, cada cuerpo ejecutado mediante arcos de medio punto, y enriquecidos con pilares adosados y una sucesión de cornisuelos que rompen la verticalidad del elemento. Sencillo es el primer cuerpo; de planta cuadrada y vanos por los cuatro costados. Mientras tanto el segundo cuerpo se manifiesta con un partido interesantemente cuadrado de esquinas ochavadas, proporcionándole de manera incipiente los códigos del lenguaje barroco.  El campanario remata un cupulín flanqueada por cuatro merlones, culminando en una cruz de fierro forjado.

            Hacia el año de 1752, según las anotaciones hechas por Juan Jacobo Baegert, el templo de Mocorito era techado con vigas de cedro, mismas que hoy reseñan un lenguaje barroco que justo en ese momento se discernía. Una sucesión de ménsulas con recorte mixtilíneo sostienen las vigas de madera, que en la cara inferior presenta un par de uñas de escoplo a lo largo de cada pieza.

            En armónico conjunto con la viguería, unas cenefas labradas en madera aparecen en cada uno de los arcos perpiaños de la nave del templo. Muestran las serpenteantes guías de un ornamento de formas vegetales, finas espirales surgen entre la hojarasca dando marco a diferentes símbolos cristianos, entre mitras, y anagramas.  


 

En torno al río Piaxtla, aguas arriba de la localidad de San Ignacio, se encuentra Santa Apolonia. Es un poblado con predominio de arquitectura de tierra en cuya parte central se encuentra el templo, del cual sobrevive su estructura de adobe descrita por una sola nave de proporción 1:4.5 y la sacristía en el costado noreste, la cual ha sido intervenida recientemente.  Destaca de esta antigua estructura, la conservación de su atrio con cruz atrial frente al templo y el campanario exento, formado con horcones a nivel del suelo.

            De las estructuras jesuitas todavía existentes en Sinaloa es posible tipificarlas, abordarlas y clasificarlas desde diversos aspectos; el de las tecnologías constructivas y estructurales empleadas; otro, el de las constantes tipológicas y variantes regionales en la composición formal y en el partido arquitectónico. Así por ejemplo tenemos: los que para cubrir los templos recurrieron a vigas de madera apoyadas sobre ménsulas, como Mocorito, Tehueco o Mochicahui. Con bóveda de cañón, como en la sacristía de Badiraguato o bóveda de arista, como en el presbiterio de Capirato.  En que unos y otros obedezcan tal vez a determinantes de organización administrativa entre las diversas provincias jesuitas, o probablemente a la  temporalidad de la misma edificación. Cuestiones que sólo podrán ser determinadas hasta que no se conjunten los esfuerzos realizados desde los distintos campos de estudio; la arquitectura, el urbanismo, la arqueología, la historia en todas sus vertientes, la iconografía, la historia del arte, la toponimia y hasta las mismas advocaciones de los sitios misionales. Por nuestra parte el aporte incluye además del análisis histórico-arquitectónico, el diagnostico de deterioros y alteraciones de las estructuras, para una adecuada intervención.


 

La clerecía secular edificó en el territorio sinaloense varias muestras de arquitectura religiosa, dentro de las cuales en algunas son abundantes las formas del barroco novohispano. Hay desde los modestos templos parroquiales ubicados en los pequeños asentamientos, hasta las elocuentes edificaciones religiosas construidas en las poblaciones que en algún momento de su historia, fueron asentamientos de importancia política o económica.


 

Situado sobre el costado norte de la plaza principal, en el asentamiento que se desarrolló contiguo al antiguo Fuerte de Montesclaros. El templo del Sagrado Corazón de Jesús que originalmente tuvo la advocación de San Juan Bautista, inició su construcción en el transcurso del siglo XVIII, concluyéndose hasta ya entrado el siglo XX.

Resulta de interés histórico la posibilidad existente de que en el origen de este inmueble, a pesar de haber sido un templo parroquial, hayan intervenido sacerdotes  jesuitas de las misiones cercanas. Ya que la administración religiosa de la villa de El Fuerte estuvo desde su origen a cargo de sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, hasta que en una visita episcopal realizada en 1730 por don Benito Crespo, obispo de Nueva Vizcaya, determinó establecer en su lugar a un secular, asunto que consignó el padre jesuita Juan Antonio Baltasar, visitador de las misiones sinaloenses, en su informe al provincial sobre los diecinueve jesuitas encargados de las veinticuatro misiones, en marzo de 1745. Donde además señala como se agudizaban ya los conflictos que los jesuitas tenían con el gobierno provincial, desde mediados del siglo XVII,

            27. Ya apunté arriba que la administración de el real de el Fuerte fue nuestra, hasta que el señor don Benito Crespo, a petición o insinuación de no sé quál incauto missionero nuestro,   puso cura; y se experimenta, al día de oy, el daño que causa este intreveramento de curatos y missiones, pues el cargo es el mismo que antes acudiendo los rancheros más vezinos a nuestras missiones antes que al cura; y los cuentos con los curas, algo cosquillosos, son continuos; porque, aunque la administración de los indios no les toca, siempre se alargan a ella y quieren atraherlos a sus curatos, para acrecentar las obvenciones; lo que no se puede hazer sin detrimento de las missiones que se despueblan de gente. Los obispos les ensanchan las licencias también para los indios; y los españoles desean tener los indios para sus faenas, de lo cual se sigue que procuran extraerlos de las missiones, y formar barrios nuevos de los indios en sus reales, pero sujetos al cura....Y porque no se ofreze otra cosa que informar de esta provincia, lo firmé en el colegio de Durango en marzo de 1745 años.

Juan Antonio Baltasar. (Burrus S.J., Ernest y Zubillaga S.J.)

Este inmueble se define por una planta de cruz latina,  adusta construcción de mampostería, que muestra un crucero exento de cúpula, con brazos de esquinas ochavadas y unas fachadas donde un barroco bastante sobrio se evidencia de manera notable.

Dispuesta hacia el poniente, la portada principal del inmueble muestra elementos que lo acercan al barroco clasicista inicial, desarrollada en la zona central de la Nueva España. Pilastras empotradas de fustes estriados y capiteles toscanos, sostienen un arco de medio punto, con dovelas que generan una forma tablerada. La clave muestra entre motivos vegetales el anagrama de Jesús, además,  descolgando por el lado del intrados, a modo de  pinjante surge una roseta. Prescindiendo de la sobriedad que en otras portadas de la región se observan, el friso se enriquece con el rítmico compás marcado por triglifos y metopas adornadas con ricos motivos florales. El máximo elemento simbólico de la portada, aparece rompiendo el entablamento,  una representación de un ostensorio, custodiando el Corpus Christi, dentro de un círculo flamígero, apoyado sobre un elegante altar, decorado con sutiles motivos vegetales, todo demarcado por un cortinaje que pende por la parte baja de una venera que simboliza el sacramento del bautizo. La ventana coral se revela por encima de la cornisa del entablamento, mediante un marco en resalte decorado por líneas rectangulares, las que concluyen en una clave enriquecida por motivos vegetales.

El campanario es una adición ya de principios del siglo XX, resuelta bajo el lenguaje ecléctico porfirista. Donde dos cuerpos; con arcos de herradura en el primero y ojivales en el segundo descuellan en el entorno. Éste, un lenguaje en el que se mezcló el neomorisco con el neogótico que se acentúa sobre todo con el chapitel que remata la torre.


 

En el extremo sur de Sinaloa, precisamente en el municipio de El Rosario, se encuentra Chametla, asiento de un antiguo señorío prehispánico, al cual se enfrentó Nuño Beltrán de Guzmán, en su labor de conquista y colonización de la Nueva Galicia.

Allí se localiza el templo parroquial de San Pedro, notable por la singular historia que se advierte en los textos escritos sobre la cantera de sus paramentos, con la reseña particular de su fábrica. Construcción hecha hacia 1778 bajo la tutela del padre Santa María, cura de la parroquia, con la colaboración material de Dn. Manuel Coleta, y  la contribución de otros vecinos con dinero, e inclusive con el sacrificio del trabajo durante los días de fiesta.

Edificación desarrollada en una planta arquitectónica de nave rasa, muy prolongada y con un presbiterio que por inflexiones de los muros laterales, describe una organización poligonal. Una sencilla portada engalana la fachada principal del templo, de líneas muy sobrias, con pilastras empotradas de fustes que se circunscriben dentro de la modalidad del barroco tablerado, sin más recargo en la decoración, que la expresada en la clave del arco de medio punto, donde aparece la efigie de San Pedro dentro de un medallón circular. Sobre ésta, en el dintel aparece una leyenda que textualmente dice:

ESTA S. IGLESIA FUE HECHA A EXPENSAS DEL S. CURA SANTA MARÍA 7BRE. (Septiembre) 22 DE 1778.

            En las portadas de las fachadas laterales, también aparecen arcos de medio punto sobre pilastras de fuste tablerado, aunque en éstas, las claves de los arcos, aparecen con anagramas de  María, coronada como “reina del cielo”, y  de Jesús, "hombre salvador". Además, en la fachada lateral izquierda quedó plasmada la crónica siguiente;

PARA ESTA SANTA IGLESIA DIO DON MANUEL COLETA TODA LA CAL Y LOS SEÑORES VECINOS 800 P. Y LOS DÍAS DE FIESTA, FAINAS.

            Aunque el mismo párroco del lugar, probablemente el mismo sacerdote de apellido Santa María, recriminó a  través de la portada lateral derecha, con el singular comentario siguiente:

PARA ESTA STA IGLEC. NO CONTRIBVIEN LOS HIJOS DE ESTE PVEBLO NI CON EL BALO DE VNA QVARTILLA NI OTRO MÉRITO ALGUNO.

            El interior de la nave se cubre con una bóveda de cañón corrido, la que descarga sobre una estructura de contrafuertes y muros de mampostería de piedra y ladrillo. El campanario se resuelve mediante una sencilla torre de sólo un cuerpo, sostenida por un amplio soporte.


 

Ubicado dentro de una interesante traza urbana circular, propia de algunos de los pueblos de indios de la región, Capirato, perteneciente al municipio de Mocorito, testimonia su origen histórico con el inmueble construido probablemente hacia la segunda mitad del siglo XVIII. El antiguo templo parroquial de San Juan Bautista en Capirato, muestra la influencia de la sobria expresión de las misiones del septentrión sinaloense.

            Inmensa mole construida con sillares y mampostería, que además hace evidente diversas etapas constructivas, ya en la época virreinal, que con la apariencia que le da la mole pétrea de su estructura, evoca la misión de San Ignacio en Tamazula, Durango.

            En su interior hay evidencias de diversas historias, hoy conviven con la bóveda dieciochesca del presbiterio; la estructura de arcos ojivales edificada a finales del siglo XIX, y el exquisito retablo de cantería, muestra del barroco popular del siglo XVIII, testimonio de la fusión entre las técnicas hispanas y una probable mano de obra indígena. 

            Las portadas guardan algunas diferencias entre sí, en el frontispicio de la fachada principal, que mira hacia el poniente, se adivina la sencillez revelada por un par de esbeltas pilastras con fuste estriado, con un capitel toscazo que  sostienen el sencillo dovelado del medio punto enriquecido por un esquema tablerado. Al arribar a la piedra clave se distingue en ella un modillón como ornamento.

Más arriba aparecen los restos de lo que fuera un entablamento clásico, con sus triglifos y gotas muy bien definidas. En el remate de esta portada se manifiesta una ventana coral, misma que presenta el anagrama de María en la clave, con algunos breves ornamentos de tendencia barroca.

En la portada lateral del paramento que ve al norte, se emplearon también pilastras de fuste estriado y un arco de medio punto con clave ornada por una flor. La portada lateral sur se diferencia en que los fustes de las pilastras son completamente lisos.


 

Entre el conjunto urbano del poblado de Pericos, en el municipio de Mocorito, destaca la antigua Capilla Doméstica de Nuestra Señora de Guadalupe, localizada en el punto más elevado de la topografía del viejo casco donde se localizaban las antiguas haciendas de Peiro y Retes. La antigua Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias fue establecida en 1769 por Don Francisco Peyró y Gramón, en el asentamiento conocido ya desde entonces como Pericos, y formada en tierras que probablemente, antes de 1767 cultivaran las misiones jesuitas cercanas.

            Este inmueble, es la única capilla doméstica de Sinaloa, construida durante el siglo XVIII bajo la línea del lenguaje barroco, si bien, existen otras tantas, éstas son del siglo XIX: por ejemplo la de la antigua hacienda de La Labor en San Ignacio y la de Portugués de Norzagaray, en el Municipio de Sinaloa. En el caso de Pericos, aunque no fue construida por el clero secular, se incluye en este apartado, por el hecho de que Don Francisco Pérez y Gramón en su testamento hizo una profesión de fe, en la que su hijo mayor, Don Francisco Peyró Pérez, sacerdote, sería quien se encargaría del templo, en primera instancia.

[…]Del quinto de mis bienes mando se finque una capellanía laya o de patrimonio de seis mil pesos para que con el rédito de ella se diga misa en la Capilla de mi Hacienda de Ntra. Señora de las Angustias […] y que sirva para dar culto a Dios y explicar la doctrina cristiana y demás, la cual quiero que disfrute mi hijo, Dn. Francisco Peyró y en defecto de éste otro de mis hijos eclesiástico si lo hubiera siguiendo la mayoredad y en falta de estos el pariente más inmediato que sea eclesiástico que señale el Ilmo. Señor Obispo de aquella Diócesis.

            El señor Peyró caso en primeras nupcias con Doña Josefa Pérez, oriunda de Capirato, quien falleció en 1795, dejando establecido como deseo último la construcción de la capilla de la hacienda. Cumplido que el hacendado, Francisco Peyró ejecutó, lo cual deja asentado en su propio testamento:

 […]y habiendo fallecido mi mujer el año de mil setecientos noventa y cinco, hice inventario de los bienes y caudal que había existente[…] del quinto que se rebajaron se invirtieron en la fábrica de la Capilla de la Hacienda como lo dispuso la difunta[…]

Notable por su factura, es en la región el inmueble de la capilla doméstica de esta hacienda. De mampostería, con planta de nave rasa y cubierta por una bóveda de cañón corrido, y de arista sólo en el presbiterio. La portada principal muestra un arco de medio punto escoltado por un par de cartelas, que a la letra una de ellas explica el origen de la edificación:

Ave María Purísima se hizo este templo de Dn. Francisco Peiro y su esposa Josefa Pérez se comenzó el año de 800 y se acabo el de 801...

En tanto que la otra, explica lo referente a la advocación mariana, en la que curiosamente mientras que la hacienda se dedica a Nuestra Señora de las Angustias, el templo se dedica a la Virgen de Guadalupe. Asimismo manifiesta los detalles de su consagración:

Ave María Purísima de Guadalupe arca de Dios con consagrada por Antonio Ocampo y Florencio López...

Los soportes en que se apoya el dovelado del arco, son pilastras de fuste tablerado, en tanto que la clave muestra un anagrama de María, enriquecido por un pinjante de formas vegetales en el intrados. La ventana coral es más sencilla, la flanquean dos pináculos empotrados en el paramento, donde destacan las evidentes muestras de un largo y remoto procesos de deterioro, provocado por la humedad y la presencia de sales.

En la fachada lateral que mira hacia el sur, la portada fue gravemente alterada con la construcción de una capilla anexa. Agregado que destruyó en un alto porcentaje el excelso enmarcamiento que tenía; éste con un arco de medio punto, enriquecido con el anagrama de Jesús en la clave, culminaba el frontispicio mediante un nicho con su venera, cobijando el símbolo de la Vera-cruz.

En el interior de la Capilla Doméstica de ésta, la Antigua Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias, destacan varios elementos de tímidos reflejos barrocos. Destaca de sobremanera el retablo localizado en el presbiterio, además de los detalles florales que ornan las claves de los arcos fajones de la bóveda de cañón, la ondulante venera del abocinamiento interior del acceso lateral y la clave del dintel de la puerta que comunica el presbiterio con la sacristía, entre otros.


 

De entre los antiguos territorios que hoy integran el Estado de Sinaloa, donde el barroco alcanzó el grado máximo de su expresión, destacan la arquitectura de Álamos, y los templos de los Reales de Minas de Copala, San Sebastián y El Rosario. Permanencias que testimonian la abundancia en propiedades y fortunas de los ricos mineros de Sinaloa, durante las últimas décadas del virreinato.

El arte virreinal en Sinaloa nació en la umbra del abandono espiritual, a causa, un tanto de la lejanía y el relativo aislamiento que se mantuvo entre ésta y los centros protagónicos del desarrollo cultural novohispano.  La cultura virreinal llegó al territorio sinaloense, directamente desde Durango, por la sierra de Topia, y de Guadalajara por los parajes nayaritas. 

            A excepción del resto del territorio que ocuparon las antiguas provincias virreinales en Sinaloa, la arquitectura religiosa de los emporios mineros de Alamos, Copala, San Sebastián y El Rosario, fue donde el barroco consiguió el superlativo gusto de la expresión máxima del lenguaje. En éstos es muy clara la evidencia que delata una influencia proveniente de Durango y de Jalisco, con una preponderancia de formas que presumen un lenguaje más citadino que el propio de las misiones norteñas. 


 

Entre la irregular traza urbana del antiguo Real de Minas de las Oncemil Vírgenes de Cosalá, y enmarcada por los rojos tejados de su contexto, se yergue frente a la plaza principal la imponente estructura del antiguo Templo Parroquial de Santa Ursula. Construcción iniciada, según lo advertido en las notas de visita de Don Pedro Tamarón y Romeral entre 1759 y 1767, y concluida en el primer tercio del siglo XIX.

Fábrica de cal y canto, con un espacio concebido en planta de cruz latina, con crucero protegido por una cúpula gallonada, descrita dentro de un ovalo. La lectura barroca muestra menudamente en esta cúpula su código a través de los singulares gajos, saliéndose del común denominador en las bóvedas de los inmuebles religiosos. El interior de la nave lo cubren una serie de bóvedas de arista sostenidas por arcos torales, que descargan sobre las pilastras que se adosan al paramento interno de los muros de la nave. 

La fachada principal expresa su temporalidad en los rasgos sencillos de su portada, limitada al sobrio enmarque del ingreso, con arco de medio punto sobre el que destaca una ventana, con arco escarzado y flanqueada por dos óculos octagonales. Ésta, la ventana que ilumina el coro, se engalana en su dintel por un resalto que va describiendo en la parte inferior, una línea sensiblemente mixtilínea, haciendo levemente hincapié en el lenguaje barroco.

En la fachada posterior se distingue un reloj solar, trabajado en cantería, con una barra de fierro forjado en el centro, con la cual marca la hora hasta el día de hoy.

En el ángulo formado por la intersección de los planos exteriores del muro de la nave y el basamento de la torre,  se encuentra un elemento cilíndrico que aloja la escalera de caracol, conduciendo al coro y al campanario. Interesante propuesta de solución, al mostrar el acceso de la escalera hacia el atrio, y exenta del propio machón de la torre, cuando por lo común, el tiro de la escalera se construía embebido dentro de la misma base del campanario.

La torre-campanario, de evidente lenguaje decimonónico, se forma por dos cuerpos cúbicos con pares de arcos de medio punto, y un tercer cuerpo octagonal, de mayor envergadura que los inferiores. Todo culmina en una cúpula y su linternilla completada con cruz de fierro forjado.


 

Entre la espesura de la sierra, por los rumbos de Copala y cercano al camino que lleva a Pánuco, se encuentran las ruinas de la antigua Hacienda de Guadalupe, hacienda de beneficio perteneciente al propio Mineral de Pánuco.

            Allí prendida en la escarpada ladera de una colina, la capilla de Guadalupe parcamente muestra los códigos del barroco. La planta de una sola nave, remata el muro testero con un ábside poligonal, sin cubierta muestra desnudo el arco de gloria que da paso al presbiterio. Igualmente se encuentra el arco del sotocoro, sin más estructura que sostener.

            La portada del frontispicio es sencilla en su ornato, está ubicada dentro de la modalidad del barroco tablerado, con un alf1z que delimita un par de pilastras empotradas, y con un fuste tablerado. La ventana coral presenta un marco también tablerado, con una margarita labrada en la clave, en alusión a la advocación mariana. Del remate sólo permanecen restos ilegibles que permitan determinar las formas que tuvo originalmente.

            Al coro se accedía mediante un puente de piedra, desde una terraza de corte natural, generada por el mismo declive del terreno de la extensión que ocupaba la mina.  


 

En una de las fundaciones novohispanas establecidas hacia la segunda mitad del siglo XVII por Francisco de Ibarra, el antiguo Real de Minas de Copala, se ubica el templo dedicado a San José.  Frente a un reducido jardín público, dispuesto sobre una de las laderas que conforman el sitio, irrumpe entre la espesura de la serranía el inmueble construido con el recurso económico del marqués de Pánuco, Francisco Xavier Vizcarra.

Por otra parte Don Pedro Tamarón y Romeral, obispo de la diócesis de Durango, en su visita realizada hacia 1767, se encontró con que el inmueble se encontraba en pleno proceso de construcción, y sólo se oficiaban misas de manera provisional en la sacristía que estaba ya techada por una bóveda de cañón corrido.

Construido de cal y canto, este templo presenta un frontispicio ricamente ornamentado con motivos geométricos y vegetales, inscrito dentro de la modalidad del barroco neóstilo.

La portada principal se estructura mediante dos cuerpos separados por un entablamento, y tres calles delimitadas con soportes de fuste distintamente tratados.  En el primer cuerpo, la puerta de acceso tiene un cerramiento de arco de medio punto, con un dovelado que estuvo profusamente decorado, suplido en décadas recientes por un agregado de concreto armado, que altera seriamente el orden original en la totalidad del  inmueble. Algunas de las piezas originales: dovelas e inclusive la clave, se encuentra en un rincón del sotocoro. La clave resulta en un interesante diseño, ya que el elemento iconográfico central, refiere a una pareja, que a decir por el par de anagramas que correspondientemente aparecen bajo cada una de las imagen, sugiere la representación de José y María, y no a la interpretación del marqués de Panuco y su esposa, como lo dice la tradición oral del pueblo de Copala.

Dos sucesiones de pilastras y columnas adosadas, se prolongan a través de los cuerpos de la fachada. Acentuando las líneas de composición arquitectónica, enmarcan una serie vertical de tres nichos vacíos en cada una de las calles adyacentes al acceso principal. Flanqueando este acceso, en el cuerpo bajo aparece una sobreposición de pilastras, donde los fustes de los apoyos interiores son cajeados, mientras que los del exterior son medias muestras sensiblemente estriadas.  En cada intercolumnio se exhiben dos nichos vacíos, uno encima del otro, cada cual con su respectiva venera y  una peana como base.

El segundo cuerpo es más rico en la decoración vegetal. Las pilastras que estructuran las calles, aquí se enriquecen con foliaciones, que concluyen en un capitel que evoca el orden corintio, donde se mezclan volutas, hojarascas y una figura humana.

En la calle central, la ventana coral llama la atención por su cerramiento, resuelto por un arco mixtilíneo que en el trazo cenital, termina en una forma conopial. Justo sobre su ápice y perpendicular al paramento, surge del muro la figura de un personaje civil, cubierto con bombín, y apoyando sus brazos a la cintura. Enmarcando ventana y talla, unas pilastras adosadas con ornamentación geométrica se extienden también sobre la superficie del paramento. 

La singular efigie del personaje que aparece sobre la ventana coral, también representa probablemente a Francisco Xavier Vizcarra, marqués de Pánuco. Hierático, mira hacia abajo, al umbral del acceso principal, donde con esta singular disposición, ha dado por resultado una diversidad en creaciones de la ficción popular, mismas que la tradición oral de Copala ha mantenido. Las historias van desde la que afirma que este personaje escupirá a quien entre al templo sin haberse confesado, o las que dicen que hará lo mismo con el varón que acceda con sombrero, o novia que no llegue doncella a las puertas de la iglesia el día de su boda.

De hecho este peculiar evento sucede por el fenómeno, primero de la humedad que sube por capilaridad por la cantería del muro, y que posteriormente, por precipitación la humedad excesiva se filtra desde esta supina escultura.

El campanario se resolvió en dos niveles; el primero con dos vanos para las campanas; con arcos de medio punto sostenidos por jambas enriquecidas con zigzagueantes estrías horizontalmente dispuestas, tratamiento que se repite en el dovelado de cada arco. Una serie de columnas adosadas, delimitan a modo de calles cada vano, expresando una robustez mayor los apoyos que aparecen en las esquinas. Con capiteles ricamente ornamentados por formas vegetales y veneras, sobre éstos, se apoya un entablamento decorado con una serie de festones alargados a modo de pequeños arcos ciegos, con una masiva cornisa que en resaltos repite la redondez de las columnas. El segundo cuerpo está resuelto de la misma manera que el primero, con una diferencia consistente en la presencia de sólo un vano por cada costado. El remate de la torre es un chapitel cónico, adornado con pináculos en las esquinas.

En la base de la torre, a la altura del coro, se abre una ventana que exhiben dos singulares mascarones, representando a distintos personajes civiles de peinado y bigotes ensortijados. Uno se localiza en bajorrelieve sobre la clave del dintel, en tanto que el otro aparece bajo la decoración que descuelga desde el alféizar por el antepecho.  Del lado contrario a la torre, la fachada se delimita por el cuerpo de la escalera de caracol, sobre el que encuentra la imagen de San José como remate.

Las portadas laterales se muestran bajo un esquema básico de elementos, donde dos pilastras superpuestas con fustes doblemente cajeados, se complementan con un entablamento decorado por figuras vegetales, formando una especie de alfiz, el cual encierra las enjutas completamente lisas, y al arco de medio punto que es sostenido por pilastras de fuste también doblemente cajeados. La clave del arco se destaca por una ingeniosa figura de expresión popular que representa un rostro rodeado de diversas formas ondulantes. En la fachada lateral que mira hacia el sur, junto al arco de medio punto del acceso lateral, se muestra labrado el rostro de un diablo, seriamente deteriorado,  tal vez por la tradición popular de apedrearlo de vez en vez. 

En el paramento exterior del muro testero, se conservan incrustadas algunas piezas de cerámica, probablemente talavera poblana, o tal vez, hasta pudieran ser vestigios de loza china. Platos, unos completos y otros con partes faltantes en los que predomina la decoración azul sobre fondo blanco, que a modo de vértice delinean la expresión Ave María.

El interior de la nave se cubrió por una bóveda de cañón corrido, cuya directriz discurre en una sección descrita por un arco de medio punto, reforzada por arcos torales que se apoyan sobre pilastras adosadas, con una imposta  que se prolongan a lo largo de la nave, conformando una cornisa. En correspondencia a cada pilastra, en el exterior aparecen contrafuertes de sección rectangular, rematados en la parte superior mediante una serie de gárgolas. Otros aspectos interesantes por destacar de entre diversos elementos ornamentales de los adentros del templo, son; la representación de un ave en la clave del arco del sotocoro, además del retablo de madera ubicado en el presbiterio. El pájaro caracterizado de bulto, corresponde a un pelicano que, arqueando su cuello posa el extremo del pico sobre el plumón del pecho, en tanto que el retablo, corresponde a una interesante pieza de madera labrada y pintada, expresando un señero lenguaje barroco donde el estípite se distingue por su prestancia.