ISIC Instituto Sinaloense de Cultura

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El patrimonio inmaterial es constituido por esa parte invisible que radica en el espíritu mismo de la sociedad. El conocimiento, la memoria histórica, sus saberes, las técnicas y concepción del mundo y de la vida se fundamentan en la tradición oral de los pueblos. Comprende el cúmulo de atributos distintivos, espirituales, intelectuales y afectivos que identifican a un grupo social y que, más allá de lo material, involucra los usos y costumbres, los modos de vida, así como los derechos fundamentales del ser humano, los valores, las tradiciones y sus cosmovisiones. Estos rasgos suelen ser de naturaleza dinámica, con una clara capacidad para transformarse que la anima. Constituyen el patrimonio inmaterial los ritos, los mitos y leyendas, la poesía, la medicina tradicional, la gastronomía, la lengua, la música, las tecnologías tradicionales, así como las danzas y los bailes populares, entre otras tantas manifestaciones.

Sinaloa es rico en manifestaciones de cultura y tradición, muy variada y significativamente identitaria. Con todo ello hay elementos de gran relevancia que el pueblo sinaloense muestra hoy como permanencias de prácticas tan ancestrales como el Ulama o el Paxko yoreme, la fiesta por excelencia entre el pueblo indígena, el primer indicio del carácter festivo del sinaloense. Mismo carácter que hoy define al sinaloense mestizo, expresando su alegría desde la típica música de viento, hasta los tradicionales carnavales que en la región se han convertido en el parangón de la alegría, la hospitalidad y calidez del sinaloense.


 

El ulama es un juego tradicional de origen prehispánico, que en el estado Sinaloa es una permanencia del ritual mesoamericano Juego de Pelota. Que si bien tras el impacto del proceso de conquista desapareció de  lo que fuera el territorio novohispano, en Sinaloa se conservó como una actividad de divertimento popular, bajo tres modalidades gracias a la práctica constante y permanente en la tradición popular: En el Ulama de antebrazo el campo de juego o taste mide 140.00 mts. por 1.20 mts., con una línea divisoria en el centro llamada “Analco”, la pelota es de hule natural con 500 gramos de peso. En el Ulama de Cadera el taste mide 50.00 por 4.00 mts., con el Analco, también como línea central divisoria. Participan 5 jugadores por equipo llamados Taures, y otro más en la cabecera del Taste, el “golpeador”. La pelota es de hule natural y pesa 4 kilos.

En el Ulama con Mazo, la pelota es de hule natural, con 500 gramos de peso y es golpeada con un mazo de madera de forma especial, El taste es de 140.00 por 1.20 mts.

En el juego participan cuatro jugadores o tahúres por cada equipo: el male, es el que se encarga del tiro inicial o de saque, con el que empieza la jugada; el “malero” es el encargado de defender la parte frontal del taste, inmediata al analco; el chivero se encarga de cubrir la parte posterior, y el topador responde al saque del male contrario. La finalidad del juego es mantener la pelota dentro del taste sin tocarla con las manos, sólo puede ser utilizada la parte del cuerpo según sea la modalidad que se esté jugando y deberá intentarse con insistencia y precisión impulsar la pelota para que ésta rebote en la mitad del campo contrario y así tener la posibilidad de obtener un punto o ravit.

Tanto la cadera como el antebrazo, según la modalidad de que se trate, es protegido con fajas de piel de venado y vendas. La faja se aprieta en la cadera con un cinto llamado chimalo y la extensión de la venda es de 3.5 metros. Esta protección amortigua el impulso del golpe que se recibe al ir al encuentro de la maciza pelota.

El juego es sancionado por uno o dos jueces de campo llamados veedores los que se colocan en la línea de analco y de ahí se encargan de resolver y aplicar las reglas del juego, y permitir nuevos saques o males en los casos en que la pelota abandone el taste, así como autorizar cambios de jugadores que tengan que salir.

El Ulama fue muy común y frecuente hasta la década de los 60 del siglo XX, sin embargo a partir del último tercio del siglo pasado se advierte la notoria disminución de la práctica, acelerándose a finales del siglo XX y principios del presente.

 


La visión del mundo yoreme manifestada por el sincretismo que los propios indígenas construyeron para satisfacer a sus “evangelizadores”,  los misioneros jesuitas. Muestra la influencia de esos dos mundos: el propio y el peninsular. Transformándose  mutuamente para adoptar una apariencia que encubre la ritualica originaria que aún se practica como permanencia oculta a los ojos del mestizo, del yori que producto de la conquista y evangelización no cree más en la antigua religión. En sus ritos, cantos y danzas, es predominante el papel que la naturaleza juega como proveedor de su mundo, el juya annia del yoreme lo es todo. Ello se manifiesta en el carácter que desempeñan los intérpretes de las danzas tradicionales como la del Venado, Pascola, Coyote o Pájaro. Su universo es un ámbito donde se canta a las flores, a las aves y a los venados. Todo esto satinado por  la influencia de la acción evangélica  que los jesuitas realizaron a partir de finales del siglo XVI, la fe católica se refleja en la devoción a determinadas imágenes religiosas: San Ignacio de Loyola, la Santísima Trinidad, San José, San Juan Bautista y San Luciano entre otros. Ambas influencias interactúan en una amalgama donde sus convicciones, tradiciones y la visión del mundo se expresan en la fiesta, en el Paxko yoreme.

El Paxko yoreme se expresan en los espacios rituales que la tradición a construido, perfectamente delimitados como el propio templo católico, la espadaña de horcones que tradicionalmente funge como  campanario, el espacio delimitado para y por el conti o procesión, donde también danzan los matachines organizados en cofradías; y sobre todo la ramada, donde se interpretan las danzas de pascola y venado organizados en las paradas de músicos tradicionales: de flauta y tambor, de arpa y violín, de jirukias (raspadores) y bajiponia (tambor de agua) que acompañan la ceremonia; los aposentos de los fiesteros donde a lo largo de la fiesta viven y preparan la comida para ellos, los visitantes y los participantes de las ceremonias. Es este pues el Paxko yoreme, donde la expresión cosmogónica del pueblo mayo manifiesta el música, rezos y danzas el juya annia.


En la tradición yoreme cuando ya se dan por terminadas las fiestas de la pascua, el primer día del año, bajo la sombra de la tradicional ramada, los fiesteros cuelgan al cuello de los matachines sartas de esquites o flores de maíz “chapalote”,  a modo de collar y en gratificación por lo ofrecido y vivido en las tradicionales fiestas. Dos o tres semanas posteriores al hecho, y en día domingo, los propios matachines corresponden a los fiesteros la cuelga, con canastos repletos de tamales, u otro manjar propio de la cocina yoreme, obligados a cargarlos sobre sus hombros o la nuca.

Finalmente, cuando de nuevo han trascurrido dos o tres semanas, una vez más los fiesteros cuelgan sus collares de esquite  a los matachines, de manera tal que son tres fiestas las que se realizan, expresión de júbilo “las colgazones” que es como tradicionalmente las llaman. Se trata de regalos que se hacen por las Pascuas Navideñas; que en la forma como se hacen las “colgazones”, es evidente el derroche de espíritu festivo y humorístico, lo que motiva la gran animación que se advierte en la fiesta, constituyendo esta práctica a la vez, ocasión propicia para que las comunidades gocen de sus danzas y de los platillos como el guacavaqui, la gallina pinta o el totorivaqui, en un acto social-comunitario, pleno de diversión y gustos que implica la celebración de esta fiesta.


 

La música de la Banda Sinaloense identificada también como Tambora Sinaloense es un género musical tradicional,  con antecedentes en el siglo XIX, aunque aparecida en su formato moderno a principio de los años 20 en la zona rural del estado de Sinaloa. Allí entre la gente del pueblo en las comunidades del campo sinaloense siempre fue reconocida como Música de Viento, evidentemente por el predominante recurso de los instrumentos de viento. El repertorio tradicional denota una estirpe dominantemente de origen europeo en el que predominan huapangos, corridos, polkas, valses, mazurcas y chotises, con adaptaciones regionales acorde a la sensibilidad del sinaloense.

Las circunstanciales características en la geografía sinaloense, con un territorio entre el mar y la Sierra Madre Occidental, además de lo inaccesible de los caminos al resto de México, condicionó a que diversos ritmos de origen europeo se mantuvieran vigentes entre la población rural. El singular acento de la banda sinaloense muestra mucha similitud con los de las bandas de viento alemanas y francesas, circunstancia que se marca notoriamente en la marcada diferencia entre las ejecuciones musicales entre las bandas de la región centro-norte y las del sur de la entidad. El fraseo musical en las bandas de las regiones del Évora y Culiacán es más ligero y matizado, un estilo un tanto más occidental europeo, en tanto que en la región de Mazatlán, muestran un fraseo mucho más marcado y un tanto menos matizado en la ejecución, denotando una marcada influenciadel estilo bávaro. Por otra parte, la etnomusicóloga Helena Simonett señala que el origen de la banda sinaloense se encuentra entre la gente que desertaba de las bandas militares y municipales, fincando residencia en los pueblos serranos, añadiendo así crédito a los fundadores sinaloenses, que con la influencia rítmica Mayo-Yoreme han contribuido a su esencia. Así las cosas, hoy por hoy las piezas musicales que conforman el repertorio tradicional de la Música de Viento en Sinaloa son: El Sauce y la Palma, El Niño Perdido, El Sinaloense, El Caballo Bayo, Las Isabeles, Brisas de Mocorito, El Coyote, Amor de Madre, Tecateando, La Cuichi y tantas otras más.  


 Mazatlán celebra su fiesta máxima los cinco días que preceden al miércoles de ceniza: Así, de forma organizada  lo hacen año con año desde 1898 envolviendo de fantasía su realidad. Emerge un mágico mundo de singulares carnestolendas, fiesta tradicional que la población porteña siempre espera, predispuesta a la alegría y al espíritu que implica esta tradición. El sinaloense es un pueblo caracterizado por su bonhomía, alegría, y una festiva actitud sempiterna, que se refleja en lo bailador y su algarabía. Los carnavales mazatlecos son eufóricos, donde la alegría va empatada con la fantasía que el pueblo convierte en realidad; con un séquito de reinas, princesas y rey de la alegría, donde el culto a la belleza femenina se antepone a cualquier otro factor o circunstancia. Un distintivo de la fiesta de este carnaval lo impone el sello que ofrece el ritmo de la “banda sinaloense”; la música de la Tambora  regional que Sinaloa ha legado al mundo. Actualmente el programa del carnaval, como caso excepcional, incluye actividades de carácter cultural: certámenes de poesía, premio de literatura y espectáculos de enorme calidad artística, hay una reina de los Juegos Florales. La gran fiesta popular se escenifica en los Paseos de Olas Altas y el del Claussen, justo donde revientan las olas del Océano Pacifico. La avenida costera, en esos tramos, se cierra al paso de vehículos para construir en su interior un paréntesis a la vida cotidiana, una temporada de excepción en el que algunas reglas sociales se vuelven laxas, en el que situaciones que normalmente son mal vistas se toleran, eso es el carnaval.

Con más de 120 años de tradición fue en 1898 cuando el carnaval pasó de ser una celebración que de forma espontánea organizaban los habitantes del puerto, en aquellas fiestas de “la harina”, para llegar a una fiesta organizada por un comité civil, una “junta”, creada para este propósito. Rasgo que lo vuelve hoy día, en el carnaval más antiguo del país, entre los que se organizan bajo este formato.

Si bien la tradicional fiesta comienza el día jueves previo al inicio de la cuaresma, la celebración oficial se da el viernes culminando el martes, víspera del miércoles de ceniza. No obstante, el ambiente de fiesta comienza a percibirse muchos días antes, con las campañas de los candidatos a los reinados de Carnaval, de los Juegos Florales, Infantil y de la alegría o "Rey Feo". Preparan el ánimo carnavalero, provocando manifestaciones que, de vez en vez, inundan con su alharaca y bulla todos los rincones de Mazatlán. Poco antes del arranque de la fiesta, la Reina del Carnaval debió ser elegida. Para seleccionar a la beldad representante de tan singular monarquía, se han realizado toda clase de métodos, desde el típico concurso de belleza hasta la acumulación de votos económicos o corcholatas, hasta el arbitrario designio unipersonal.

Si bien cada evento, y cada momento es un derroche de tradición construida a lo largo de las décadas: elección, coronación y demás eventos. Es el desfile de carros alegóricos la culminación de las carnestolendas. Allí un desborde de creatividad e inventiva popular se expresa en las creaciones y recreaciones de fantasías interminables, que se conjugan entre las comparsas festivas del pueblo que participa. Otros Carnavales tradicionales aún vigentes en Sinaloa son los de Guamuchil, Angostura, Mocorito y Pericos. El Carnaval de Culiacán como tradición desapareció al mediar el siglo XX.


Dentro del territorio municipal de San Ignacio, se encuentra el pueblo de San Javier, fundación de origen misional donde la tradición de La Taspana se vive cada tercer domingo de octubre: taspanar, implica en el habla regional limpiar de maleza un espacio, terreno, calle o callejón. Tradición que data de la época de la intervención francesa, hacia los años 1862 y 1865, a raíz de un pacto acordado entre la familia Bolado y el Sr. Vicente Zazueta, adquiriendo el compromiso que una vez terminada la temporada de lluvias, ellos limpiarían el pueblo de toda la maleza que había crecido con los temporales. Este es un acto solidario, donde hoy todo el pueblo participa, caguayana y machete en mano, que consiste en limpiar las calles y callejones del pueblo de la maleza que crece en abundancia durante la época de lluvias. Esta faena es particularmente amenizada por el ritmo de la música de viento y sus participantes intercambian horquetas, machetes y tamborazos. Originalmente, cada habitante hacia su aportación en mezcal, comida o el importe de una jornada de trabajo y era tarea exclusiva de hombres que se daban cita bajo un huanacaxtle que se ubicaba frente a casa de la familia Bolado, hoy día la tradición perdura con la participación de hombres mujeres y niños, ya con algunas alteraciones como la introducción a partir de 1989, al modo de las callejoneadas guanajuatenses de un preparado de tequila, que es transportada en un asno llamado el Burro Bar.


 

La gastronomía sinaloense es muy rica y variada, reconocida por su sazón, calidad y sobre todo por la frescura de los ingredientes que utiliza. Ello por la fortuna que a Sinaloa le ha entregado la naturaleza, una tierra rica y productiva constantemente nutrida por los ecosistemas de sus once ríos. Además por la importante producción pesquera que el Mar de Cortés y el mismo Océano Pacifico le dan.

De la cocina tradicional del pueblo yoreme en el norte de la entidad, es de destacar la íntima relación de la preparación y la degustación de la comida, con sus más profundas manifestaciones rituales. El paxko yoreme no existe, si no está ´presenta el sabor y los aromas de el wakabaki, el totoribaki, la gallina pinta, o los tamales de yurimuni, aguachile y por supuesto el lecheatoll entre otros.

La cocina tradicional de la zona rural de Sinaloa refleja el fragor del trabajo del hombre del campo, agrícola y ganadero es esta tierra por excelencia, y de allí viene el chilorio, el chorizo, los quesos oreados, la asadera, el requesón, jamoncillos, el pan de mujer, los coricos, las pinturitas, el tamal de frijol, el tamal de puerco, el tamal de elote y sin faltar los tamales “tontos” entre otros.

Ahora que lo más reconocido en el país y el mundo es la calidad y frescura de la tradicional cocina  de la costa sinaloense, con lo más variado de la producción del mar: Camarones en aguachile, tacos gobernador, pescado zarandeado, tamales barbones y mariscos frescos entre otros muchos más. Sinaloa es en sus cocinas tradicionales el paraíso del sabor.